Me ha encantado esta película de la realizadora alemana Doris Dörrie, de la que supe hace unas cuantas semanas a través del blog de Juan Pablo. Es una cinta llena de poesía y de invitaciones a la reflexión. Es uno de esos filmes que una vez terminados, vuelven a ti en distintos momentos. El amor, el valor de las pasiones y los gustos íntimos, la complejidad de las relaciones padres e hijos, la belleza del paisaje y su relación con el tiempo y el arte y los sentimientos más personales...
Doris cuenta en esta interesante entrevista, como veinte años atrás, de un modo casual entró en contacto con Japón y de repente se produjo en ella un enamoramiento, una chispa de pasión , de fascinación por el país que desde entonces se ha ido acrecentando y que ya no le ha abandonado. Como ocurre con toda pasión que echa raíces, ésta se hace presente en su vida, en su cotidinianeidad y así en los últimos años, Japón y su cultura han aparecido en sus trabajos cinematográficos. He sentido una cierta identificación con Doris, un cierto paralelismo entre lo que a ella le ocurre con Japón y a mi con China. De igual modo que la esposa del protagonista de esta bella historia está enamorada de Japón a través del Butoh, yo me enamoré de China como ya conté en esta otra entrada de manera que yo también deseo volver y en silencio respirar y vivir la atmósfera, los instantes que allí pasé, en el país donde mis hijas nacieron. Es difícil de explicar un sentimiento, pero para eso está el arte y en mi opinión, esta película serena, poética, reflexiva, transmite esos sentimientos de amor por algo que los que nos rodean quizás no entiendan ahora pero pueden llegar a entender y compartir en algún momento. Para el personaje de la esposa es el Monte Fuji, para otros puede ser la Gran Muralla, un Huton de Pekín, una bulliciosa calle de Wuhan o un banco en un parque de Nanchang ....
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