El valor de lo que somos está en los demás.
Quizás a veces pensemos que nuestra vida es, ha sido plana, mediocre y un fracaso, pueden llegar a pensar algunos. Podemos valorar que el coste de nuestra existencia es elevado para lo que somos, para lo insignificante que nuestra vida es para los demás y no digamos para el Cosmos, que percibimos indiferente a nuestra existencia, pero... no es cierto.
La trascendencia de nuestros actos es desconocida ya que no sabemos las consecuencias que nuestras acciones a largo plazo tienen. Quizás un gesto sencillo hacia alguien, una palabra, provoca una cadena de reacciones cuyo final ignoramos pero que a buen seguro no es una inutilidad ni está en desarmonía con el Cosmos al que siempre hemos pertenecido y perteneceremos.
Nimias acciones trascienden de forma espectacular y cambian el rumbo de la existencia de otros. Ese es el valor de lo que somos, la trascendencia de nuestra vida está en los demás.
Es nuestro particular "efecto mariposa"
Me acuerdo de la popular película de Capra "Qué bello es vivir", donde se nos muestra a un derrotado y abatido protagonista que piensa en la inutilidad de su existencia y decide acabar con ella. Antes de suicidarse pasa ante él la vida "sin él". Comprueba como su existencia "valió la pena" ya que sus actos, en apariencia sencillos y sin valor a la larga produjeron efectos trascendentes en la vida de los otros.
Cuando toma conciencia del valor de su vida decide continuar y hacer algo tan sencillo como "actuar", con honestidad y coherencia siendo fiel a él mismo.
Hay un popular cuento taoista cuya moraleja es la trascendencia de los hechos fortuitos y la importancia que pueden tener en nuestra vida y la de los demás:
Había una vez un campesino chino, pobre pero sabio, que trabajaba la tierra duramente con su hijo.
Un día el hijo le dijo: -¡Padre, qué desgracia! Se nos ha ido el caballo.
-¿Por qué le llamas desgracia? - respondió el padre, veremos lo que trae el tiempo...
A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo.
-¡Padre, qué suerte! - exclamó esta vez el muchacho - Nuestro caballo ha traído otro caballo.
-¿Por qué le llamas suerte? - repuso el padre - Veamos qué nos trae el tiempo.
En unos cuantos días más, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo arrojó al suelo.
El muchacho se quebró una pierna.
-¡Padre, qué desgracia! - exclamó ahora el muchacho -. ¡Me he quebrado la pierna!
Y el padre, retomando su experiencia y sabiduría, sentenció:
-¿Por qué le llamas desgracia? ¡Veamos lo que trae el tiempo!
El muchacho no se convencía de la filosofía del padre, sino que gimoteaba en su cama.
Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey buscando jóvenes para llevárselos a la guerra.
Vinieron a la casa del anciano, pero como vieron al joven con su pierna entablillada, lo dejaron y siguieron de largo.
El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que siempre hay que darle tiempo al tiempo, para ver que lo malo no era tan malo y que siempre hay algo bueno esperando.
A veces pienso en estas cosas, en nuestras hijas, lo que representamos para ellas, lo que hubiese ocurrido si nuestros destinos no se hubiesen cruzado.
La vida es misteriosa y fascinante.
Estoy de acuerdo. Muchas veces de cosas pequeñas surge algo grande.
ResponderEliminarUn abrazo
mar
Precioso post :-)
ResponderEliminarSi, lleno de sorpresas...
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