Uno de los comentaristas de la ceremonia de clausura de los Juegos Paralímpicos decía ayer durante la retrasmisión del espectáculo (hermoso, lleno de belleza, de arte...) que estaban deseando, al igual que los deportistas, volver a casa, pero que por otra parte sentían ya melancolía, nostalgia por la ciudad y las gentes que tan amable y delicadamente les habían acogido durante estas dos semanas. Eran todo elogios para la organización, los espectadores, la ciudad en general y para los deportistas...
Sus comentarios me hicieron recordar las últimas horas que nosotros pasamos en Pekín antes de volver a España con nuestra hija pequeña.
Tengo muy presente en mi memoria esos momentos agridulces de despedida de esa ciudad, de ese país que tan bien nos acogió. Marchábamos hacia una nueva etapa en nuestras vidas, la familia ya al completo . Atrás iban a quedar por mucho tiempo (ya han pasado ¡ seis años y medio!) las tierras, los paisajes, los olores, los sonidos y las gentes que nuestras hijas sintieron en sus primeros meses. Intentaba atrapar cada instante de esos días. Viví esas horas (y la de los días previos) con mucha intensidad. Era consciente de que esos momentos (en realidad todos los momentos son así, aunque no siempre nos damos cuenta) eran únicos, irrepetibles y que aún estando feliz por el regreso, me sentía triste por dejar atrás esas jornadas tan emotivas.
De camino al aeropuerto, nuestra guía (excelente profesional) se despidió de todos, especialmente de las niñas, regalándonos con su voz una bella y emotiva canción (creo que una nana). Mientras cantaba miraba a mis hijas, a la ciudad con sus calles iluminadas, al comienzo de la nohe, ya con escaso tráfico y apenas peatones y recordaba algunos momentos vividos en esos días, pensé que eso es sentirse feliz. Ese momento era triste pero estaba , me sentía muy feliz. Así lo recuerdo.
你好。
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