Me gusta mucho leer y ahora en verano es cuando más lo hago. Muchas de las lecturas que empiezo no las acabo. Si un libro no me interesa lo dejo. No lo hago instantáneamente pues como decía Bertrand Russell casi toda obra escrita tiene un bache, un momento crisis que no dura mucho y luego vuelve la brillantez, la belleza, "el enganche".... Siempre que un libro que he empezado con interés empieza a no resultarme atractivo, lo leo un poco más por si es el "bache" y si no, lo dejo radical y definitivamente y empiezo otro que siempre está a la espera ( la lista de espera es larga)
No es esto lo que me ha sucedido con lo último que he leído. He disfrutado mucho de la lectura de
"El Club de los Faltos de Cariño", de
Manuel Leguineche. Es éste un libro de reflexiones, aforismos y recuerdos hechos desde su refugio de
Brihuela, en la Alcarria.
Desde la que , como él dice, debería ser elegida capital mundial del silencio, escribe cosas muy bellas, llenas de sabiduría y sensibilidad:
"...Cuando mi patria eran mis zapatos. La vida es lo mejor que se ha inventado, para qué los paraísos?..."
Este periodista, viajero, corresponsal de guerra y amante de la buena mesa , el buen vino y la buena conversación hace varias referencias a
Lin Yutang de quien extrae muchas reflexiones de un buen vivir, reposado, armonioso y tranquilo depués de haber experimentado en propia carne el vértigo de la guerra y la injusticias humanas y de una vida en perpétuo movimiento. Ahora convaleciente de una grave enfermedad escribe este delicioso libro donde la "filosofía de oriente" aparece de vez cuando y donde volvemos a descubrir a un hombre sabio y tímido que comparte con nosotros su sensibilidad, su humanidad y su amor por la buena vida.
Reproduzco a continuación una de las reflexiones que hace en el libro:
El jardín
Naces en la aldea y vuelves a ella. Como Homero, prefieres la pequeña isla de Aarón a las cien ciudades de Creta. En el fondo todos somos unos exiliados de nosotros mismos. En este jardín cabe entero el Cántico de Jorge Guillén, al que conocí en Valladolid: "Con el agua y con el muro."
-Las salas de este jardín funden lo vivo y lo puro.
Se necesita poco para sacar provecho a tu jardín. Hago como Wang, que se entretenía en contar los pistilos de cada flor en cada rama, sin decir palabra. Puede que a este ritmo pronto crezca un sauce en mi axila izquierda y un pájaro haga el nido en la cima de la cabeza como le ocurrió a un shadu inmóvil, un santo indio de las alturas del Himalaya.
"No temas si vacías tu fragante copa, pues hay una taberna allende el claro río. Lo que crece, el árbol -dice Yutang-, es siempre más hermoso que lo que se construye." Está más en alza lo que se construye, como sea, donde sea, que lo que crece. El goce de los pinos para el sabio chino representa el silencio, la majestad y el desasimiento de la vida. El pino lo comprende todo, pero no habla y en ello radica su misterio y su grandeza. El ciruelo simboliza para los hijos del Imperio del Centro la pureza de carácter. Es la flor del poeta. El sauce hace sentimental al hombre e invita al chirrido de las cigarras. Las rosas invitan a las nubes, los pinos al viento, los bananeros llaman a la lluvia. Las flores hay que bañarlas, dice Jesús, cuando están dormidas.
Hay personas que coleccionan flores. Les basta con mirarlas, olerlas. Cuando estaba por abrirse una flor, escribe Yüan: "movían sus camas y sus almohadas para dormir bajo ellas". Para Chang Chao es necesario que "las flores tengan mariposas, que las colinas tengan manantiales, que las rocas tengan musgos, que el agua tenga berros, que los árboles altos tengan lianas enredadas, y que los seres humanos tengan pasatiempos".
La auténtica felicidad es barata, o tiene que serlo, si bien entiendo que haya quienes sigan la recomendación del arquitecto Frank Lloyd Wright: "Dadme el lujo y renuncio a la necesidad."
Los días se escurren entre los dedos. "Somos el tiempo que nos queda" (Caballero Bonald). Está prohibido envejecer y quejarse. Cada vez agradezco más la presencia de gente que no se queja. Estamos en medio del camino hacia la selva oscura. Paladeo el viento, tal es la impregnación de salvia, orégano, hierbabuena, romero, espliego, la lavanda inglesa. Contemplación, la lenta aventura del alma, la paz del espíritu. Los chinos creen que el verdadero arte de la vida es la cultura de la holganza. Me basta y sobra con lo que soy y con lo que tengo. Un papel me recuerda los estragos que causa el ego en esta profesión (y otras). Virginia lo sacó de no sé qué baúl de los recuerdos: "Nunca más seré tu esclavo, ego. Estoy harto de aguantar todos tus imposibles caprichos, tus constantes necesidades. Deseo liberarme de tus deseos insaciables de afirmación y adoración. Seré lo que soy.
Déjame en paz y lárgate a otra parte."
Virginia añadía de su puño y letra: "La ironía es que esta decisión conduce a cambios que pueden hacer muy feliz a tu ego."
Te preguntan con frecuencia si es posible vivir en el campo sin nostalgia de la trepidación urbana. "Vivir en el campo -reflexiona Yutang- sólo es placentero cuando se tienen buenos amigos." O buenos libros, cabría añadir.
"Pronto cansan los campesinos y leñadores que sólo saben cómo distinguir las especies de cereales y predecir el tiempo." "Asimismo -añade el autor de La importancia de vivir-, entre las diferentes clases de amigos, "los que saben escribir poesía son los mejores, los que saben hablar o sostener una conversación vienen después, los que saben pintar después, los que saben cantar en cuarto término y por último los que comprenden los juegos del vino". A los clásicos hay que leerlos en invierno, a los antiguos filósofos en otoño, y a los autores más recientes en primavera, porque entonces vuelve a la vida la naturaleza."
Estoy a la espera de los cinco pájaros que anuncian la primavera, la oropéndola, la golondrina, la codorniz, el ruiseñor y el cuco. Mi cuco, que según los chinos tiene fama de derramar lágrimas de sangre que se transforman en azaleas. Un hombre chocó contra el arco iris y se convirtió en pájaro. Tal vez un ruiseñor. "Cantará el ruiseñor, en la cima del ansia."
Siempre he pensado tener un jilguero, pero lo que angustia es la jaula. En mis vagabundeos por el Asia extrema me gustaba soltar pájaros. Los podías liberar de la jaula a cambio de unas monedas. Lo malo es que cuando te dabas la vuelta los hermanos pájaros regresaban a la jaula del dueño. Cuando Jesús le propuso a su patrón inglés de la finca del Tajuña el regalo de unas cuantas jaulas con canarios, jilgueros, pinzones, herrerillos y verderones, se lo agradeció de veras pero le dijo que prefería a los pájaros en libertad, que los tendría, ésos y otros, volando en torno a la casa.
Penetran las hojas secas en la casa.