Estoy en las primeras páginas de la lectura de
"La inmigración china en España", de Gladys Nieto y lo cierto es que me está gustando "el tono" de este estudio sobre los chinos en nuestro país, su origen, nivel de integración, relaciones con el país de origen, etc.
Contribuir a deshacer leyendas urbanas, tópicos y estereotipos sobre los chinos que viven en España es siempre de agradecer. Lo fácil , lo que "vende" más es ahondar en esas ideas del imaginario de la gente corriente que ve a los chinos como un pueblo misterioso y cerrado con escasa o nula relación con el resto de los españoles. La autora de este estudio, se acerca de un modo respetuoso a esta , rica en matices, comunidad de inmigrantes que en la última década ha tenido en crecimiento exponencial, colocando a España entre los países de Europa que en la actualidad más inmigrantes de origen chino recibe .
Leyendo este libro, reflexiono sobre la identidad, el origen de cada cual, el sentimiento de pertenencia a una patria, ... El libro dedica un capítulo al nacionalismo chino y esto me lleva a pensar en nuestros propios nacionalismos. Si algo nos caracteriza a los españoles es el hablar mal de nosotros mismo como país y el despreciar al otro ya sea porque se sienta español, o porque no se sienta. El respeto civilizado al otro, la búsqueda de lo que nos une, el enriquecimiento por la incorporación a lo nuestro de lo distinto,... debería ser nuestra guía para la convivencia en este pequeño rincón de Europa. Somos pocos y nos llevamos mal y China, tan enorme, tan gigantesca, tan variada, tiene un poso común que une a los chinos de todo el planeta.
No me gusta el nacionalismo excluyente que busca restar y no sumar, que se hace la víctima pero que en el fondo desprecia a "los otros" porque se siente superior y piensa que lo suyo es lo de más valor y que quizás, en el fondo lo que tiene es miedo a mezclarse y "contaminarse" con "los otros" y así perder la identidad. Tampoco me gusta ese otro nacionalismo que busca uniformar y que desprecia los matices y que desearía eliminar lenguas y costumbres porque no se ajustan a las mayoritarias. En el fondo es lo mismo.
El sentido común y el respeto a los demás, así como el deseo sincero de incorporar a nuestra vida lo que nos gusta de los demás, sin miedos y sin complejos, debería ser lo que nos guiase en asuntos de naciones, patrias y estados.
Ya que ahora no ocurre así, de cara al futuro deberíamos educar a nuestros hijos en la búsqueda una verdadera globalización ciudadana, donde lo importante sea aprender de los demás, abrirse a ellos y no encerrarnos en nuestras propias fronteras mentales.
Cuando nos miramos el ombligo, olvidamos que a fin de cuentas todos habitamos un mismo planeta, que es "nada" en el conjunto del Cosmos y que lo que hoy nos parece tan decisivo e importante con respecto a los demás en cuanto a señas de identidad es "nada" comparado con nuestra historia común de "Homo Sapiens" que un día inició un viaje planetario y de miles de años desde el centro de África. Los humanos, como demuestra el estudio reciente de los marcadores genéticos, estamos emparentados y compartimos antepasados. Leí hace poco un interesante libro que desarrolla este tema
(El viaje del hombre, una odisea genética) y que ha reforzado en mí la idea de debemos ser cada vez más "globalistas" y menos "localistas".