25.11.07
Animaciones gráficas
(Me encanta la parte final donde los mapas de China y Europa se miran.)
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Una reflexión de Liz Lo sobre la Tradición Cultural frente a la Revolución Cultural (el fanatismo, cuando se institucionaliza es el horror de la condición humana)
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Esta bella animación (The Cowboy's Flute) está hecha con la técnica de acuarela de colores. Es una obra clásica de la animación china realizada por Te Wei en 1963.
Por último destaco especialmente esta poética, bellísima y delicada animación (la segunda parte gracias a Carlos , que muy amablemente me he facilitado el enlace )(Sintiendo la montaña y el agua), también de Te Wei. Son bellas composiciones de acuarelas en movimiento que cuentan una historia que constituyen todo un poema visual y auditivo que es una joya y que recibió en 1989 el premio al mejor corto de animación del The Golden Rooster Awards .
17.11.07
¿Cuánto "China"?
En una ocasión, mi hija pequeña (seis años) me dijo medio en broma algo parecido a “te tienes que portar bien con nosotras si no voy a ir a China y se lo diré a mis cuidadoras”. La mayor (nueve años) en varias ocasiones, en un tono relajado y sin reproche alguno nos ha dicho “Siempre nos cuidaréis ¿verdad? Lo prometisteis cuando fuisteis a recogernos”. En nuestra cotidianidad, estas preguntas no son frecuentes. El tema de la adopción, del origen de nuestra familia, apenas sale. Tampoco sale muchas veces en nuestras conversaciones China, aunque sí nos hacen alguna que otra pregunta con motivo de una referencia en la tele, o por los estudios, o alguna curiosidad. En nuestro día a día, China no está muy presente que digamos ( yo particularmente sí tengo mi interés muy enfocado a China) Tenemos algunos elementos decorativos en la casa que permanentemente nos recuerdan nuestros vínculos con China. Vestimos a las niñas con trajes tradicionales de China (les encanta) en reuniones-aniversario con otras familias con hijas nacidas en China. Aprovechamos cada oportunidad que se nos presenta para hablar (siempre en positivo) de China. Asistimos a representaciones de danza y música chinas siempre que tenemos ocasión (pocas ocasiones, la verdad). Vamos con cierta frecuencia a restaurantes chinos, sobre todo uno cerca de casa al que les encanta ir a las niñas y donde siempre conversamos amigablemente con los propietarios. Comentamos (pero no celebramos) las fiestas tradicionales de China pero sí celebramos mucho "el día en que nos abrazamos por vez primera en China" y vemos los vídeos de esos días...
Le hemos planteado a las niñas asistir a clases de chino, pero hasta ahora sin éxito. No quieren y nosotros no queremos forzarlas en este tema.
Procuramos que la naturalidad, tanto en el tema de la adopción, como en lo relacionado con China, sea nuestra norma y que nuestra guía, el eje de nuestro comportamiento para con los orígenes de nuestras niñas sea el respeto y la transmisión del orgullo del país donde nacieron, así como que perciban la naturalidad y normalidad de nuestra familia.
Pero la duda sobre si lo estamos haciendo de modo correcto está siempre ahí.
Me viene todo esto a la cabeza porque ayer leí otro artículo de Jeff Gammage en el excelente blog de adopción que tiene el New York Times.
Se plantea Jeff más o menos estas mismas cuestiones que antes he expuesto. ¿La presencia de China es suficiente para nuestras hijas? ¿Es demasiada, o demasiada poca? ¿Tendrán algunos reproches que hacernos cuando sean adolescentes a este respecto? Jeff se plantea la validez de esta “cultura” un tanto “naif” o “de turista” (son palabras mías) ya que nosotros no somos chinos. Dice “ no tenemos China en Nueva York, pero tenemos Chinatown”...
Me ha llamado poderosamente la atención un párrafo en el que dice Jeff Gammage que una amiga china de Pekín, de visita en América le dice más o menos que eso de llevarlas a clases de danza china o comidas de la festividad de Año Nuevo Chino es una ingenuidad y de poco sirve ya que sus hijas , dice “no son chinas, son norteamericanas” Por el contrario Jeff afirma que “irónicamente” en los EE UU , se ve a sus hijas como “completamente” chinas (wholly, fully Chinese)
Aquí en España no creo que se vea a nuestras niñas “completamente chinas”, si en los rasgos claro, pero no en cultura. Más bien pienso que aquí la mayoría tiene la visión de la amiga china de Jeff.
En definitiva, no sé si este camino que seguimos es el correcto y no sé si cuando sean adolescentes nos echarán algo en cara. Su madre y yo, día a día procuramos integrar todo esto de la mejor manera que podemos y sabemos siempre de un modo natural y sin artificiosidades y con los principios de empatía y respeto por el origen y con mucho, mucho amor.
Del artículo de Jeff Gammage, me ha conmovido especialmente la reflexión que hace sobre el orfanato de sus hijas: Su hija mayor le pide ir a visitar a sus cuidadoras, dice su hija que le gustaría visitarlo “no por mí sino por ellas, se alegrarán de verme, va a ser una sorpresa”. Jeff sabe que seguramente ninguna cuidadora (dado lo poco que les pagan y el tiempo que ha pasado) estará ya allí para reconocerlas, ni tampoco se acordarían si estuviesen.
Ese deseo de su hija, enlaza con el sentimiento que mis propias hijas han expresado cuando hablan de sus cuidadoras, como he escrito al principio. Reencontrarse con ese pasado es el deseo inconsciente quizás de recomponer completamente la pieza de ese puzzle que les falta y que siempre les faltará. En su inocente imaginario, nuestras hijas se han formado un vínculo con las anónimas cuidadoras que quizás nunca existió como ellas imaginan. Esas personas, ese lugar, esos elementos de los primeros meses de sus vidas tan emotivamente significativos para ellas, ya no están, ni nunca estarán... quizás.
11.11.07
Amor Propio y Belleza
Emociona la contemplación de este video del que he sabido gracias a Susana Ortiz García que lo ha enlazado en la lista de AFAC.
Zhai Xiaowei y Ma Li perdieron sus miembros en un accidente de tráfico.
7.11.07
Una historia emotiva
Se cuenta en el New York Times de hoy una emotiva historia que reproduzco más abajo. El autor del artículo, Jeff Gammage, periodista de Filadelfia y padre de dos niñas que fueron adoptadas en China, nos cuenta como consigue entablar contacto con la persona que recogió a su hija en la calle. De sus dos hijas, la pequeña, en el informe que el CCAA (Centro Chino de Adopciones) le hace llegar cuando adopta, le revela el nombre y la profesión de la persona que entrega a su hija en el orfanato. Resulta ser un empleado del mismo, pero en realidad fue él en verdad el que la recoge y lleva al orfanato, a la que sería su casa antes de llegar a la familia norteamericana. No es un nombre que se pone para completar un informe oficial como podríamos pensar. Este hombre, Zhao Gu, es la persona que toma en sus brazos al bebé que llora desconsoladamente. Una periodista china que temporalmente está en su periódico le ayuda a contactar con esta persona y entablan una conversación donde este hombre no sólo le da detalles de esos momentos sino que se interesa vivamente por la situación actual de la niña. Los que leáis en inglés, sin duda os emocionará este relato en el que los que tenemos niñas nacidas en China nos vemos identificados y en donde los sentimientos que acompañan a la adopción y nunca se olvidan surgen otra vez y nos emocionan. Al igual que Jeff, a mi me gustaría poder agradecer a las personas que recogieron a mis hijas el haber iniciado este camino que las ha llevado hasta nosotros. Tenemos tanto y a tantos que agradecer...
Wednesday, November 7, 2007
Opinion
Finding Zhao Gu
By Jeff Gammage
At about 10 a.m. on June 19, 2003, in the western Chinese city of Wuwei, a man named Ma Guoxing was walking across town, intent on a pending business appointment.
But as he neared the Wei’an Health Center, he noticed a crowd of people at the front gate, and he interrupted his journey to go and see what had so captivated their interest.
On the ground was a newborn baby, a girl, crying loudly.
Ma Guoxing did what no one else would do: He reached down and picked up the child. Then he turned around and began to walk back the way he had come, the baby in his arms.
* * *
Before I knew there was a man named Ma Guoxing, I imagined his existence.
I wondered what he — or she — might look like, whether he was married or single, had children or not. Most of all I yearned to know the secrets that he, alone among millions in China, held within himself.
That sort of longing is common to people like me, the American parents of Chinese children. Some 62,000 kids, almost all of them girls, have been adopted into new homes in this country since the early 1990s. But where American-born children routinely have baby photos and bronzed booties, these girls have blank spots.
Abandoned by Chinese parents barred from having “extra” children, the girls arrive with no record of their family origins. The most basic information about their beginnings – day of birth, hour of birth – is usually unknown and unknowable. So the girls’ American parents long to know the next best thing — the facts of their daughter’s discovery, details beyond the generalities of date and place. They want to be able to tell their children the name of the person who found them. Whether it was on a particular bench inside a train station, or beside a certain statue outside in a park. If it was hot or cold, sunny or raining, day or night.
Yet these details often pass unrecorded, meaningless to administrators running a Chinese welfare system awash in baby girls. For instance, for my eldest daughter, Jin Yu, the official account of her discovery runs six words: Found in Guangxin Alley, Aug. 5, 2000.
That’s all. And that’s typical.
So in 2004, when my wife and I arrived in Gansu Province to adopt our second daughter, Zhao Gu, we were shocked to find two bits of tantalizing information — one a hope, the other a mystery — embedded in the paperwork.
The hope was contained in three Chinese characters: A name. Supposedly that of the man who found our child. It sounded like he worked at the local orphanage, but the translation was rough. Was he truly the person who discovered our baby? Or was he merely the worker sent to retrieve her, after she was discovered by others?
When we returned home, I wrote to officials in China, and I wished — that this man was who he appeared to be, that I could find a way to contact him, somehow pierce the walls of distance and language. That my new daughter could learn the precise circumstances of the most momentous day of her life. That against a backdrop of loss and anonymity, she could grow up knowing there was someone in her homeland who could honestly say, “I remember you.”
Two things happened that felt a lot like fate.
The first was the arrival of an official-looking letter from China. It bore no signature. It said: Yes, the man about whom you inquired, Ma Guoxing, is employed at the Wuwei Social Welfare Institute. And, no, he was not sent to recover the baby. He was the person who found her.
The second was the arrival at my newspaper of a Chinese reporter named Sunny Hu. Sunny was as bright and cheerful as her name, full of enigmatic Eastern idioms, come from the Shanghai Star to study American journalism. When I told her I had confirmed the name and workplace of the man who found my youngest child, she offered a forthright Western response: “Let’s call him up.”
* * *
We wait until night to telephone, because of the 12-hour time difference. The number I have for the orphanage is wrong. We dial again, reaching people who have no idea why we’re calling. Eventually we get through to the orphanage, and Ma Guoxing’s co-workers, who tell us he’s off. Then we reach his wife, who says he’s out. Finally we reach his daughter — who provides his cellphone number.
“It’s ringing,” Sunny says, adjusting the mouthpiece on her headset.
She begins to speak in Mandarin, then turns to me and nods — it’s him.
Sunny laughs, her voice light. I think, This is good. Ma Guoxing is not annoyed that we’ve called his personal line. He does not insist we obtain official permission to speak with him, or refer us to some faceless government functionary. He’s happy to chat.
Sunny starts into my list of my questions, saying “Oh …” and “Ah …,” listening more than talking, scribbling down every word, the how and when and where of my daughter’s discovery. I feel like I am watching the opening of a lost crypt, that buried secrets are about to be revealed. China has 1.3 billion people, but only one of them found my baby on the street, and now he is on the phone.
I hear Sunny say, “baba,” meaning, “daddy.” She hands me the headset.
I speak only English. Ma Guoxing speaks only Mandarin. But I want to hear his voice, and I want him to hear mine. I need to say the words: Thank you. Thank you for holding my baby close when she was alone, for taking her to a place where she would be safe, for helping her when I was not there to help her.
“Hello?” I say. My mouth has gone dry. “Ni hao?”
“Ni hao,” he answers.
Ma Guoxing’s voice is strong and deep.
I say, “I want to tell you how much I appreciate what you did. I want to tell you how much it means and” — and I am unable to go on.
He says something in Chinese. He must think the line has gone dead. I’m afraid he will hang up, that this man, this ghost, will slip back into the shadows.
“I am so grateful,” I manage.
“Xie xie,” Sunny whispers to me. Thank you.
“Xie xie, xie xie,” I say.
Sunny takes the phone.
Ma Guoxing says the child was swathed in a blanket. Tucked inside the wrap was a baby bottle and some formula. The girl was crying so loud! He remembers that clearly. He says the authorities tried very hard to find her Chinese parents, publicizing her discovery in the newspaper and even on radio and TV. No one came forward.
He tells us about his trek across town, how he noticed the crowd outside the clinic. He answers every question. After nearly half an hour, he has told us all he knows, and Sunny begins to say our goodbyes. But Ma Guoxing is not ready to go. Not yet. It turns out, he has long wondered about the baby he found by the gate. It has nagged at him, how he has been cut off from the story of her future — as fully as I have been blocked from the story of her past.
Now Ma Guoxing has questions of his own: Where is the girl living? Is she well? Is she healthy?
Sunny tells him: The child is well indeed. She is living in the United States, near Philadelphia, and she wants for nothing. Her parents and big sister love her very much.
Ma Guoxing says he would like photos to be sent to him. And if the child should someday travel to China, he would welcome her to visit his home. He will tell her in person about the day their lives intersected on a Wuwei street.
* * *
Ma Guoxing stepped away from the health-center gate, the newborn baby light in his arms.
He carried her to the local orphanage, where she was given a name — the surname of Wu, for the city of Wuwei, and a first name of Zhao Gu, meaning, “New beginning, beautiful girl.” She was laid down to sleep in a crib beside three other baby girls.
Almost exactly a year later, on a sunlit June morning, little Zhao Gu was bathed in a gray metal basin, then dressed in new clothes of blue. She was driven miles out of Wuwei, across central Gansu Province to the capital city of Lanzhou. A hotel elevator lifted her high to an upper-floor conference room, and there she was placed in the arms of her new parents.
If Ma Guoxing had been there, he would have recognized her cry.
(el enlace al artículo original está >>>aquí<<<)
4.11.07
Homenaje a las mujeres de China
Estos días estoy leyendo "Grandes Pechos Amplias Caderas" de Mo Yan
Es el segundo libro que leo de este escritor chino contemporáneo. Anterior mente leí "Sorgo Rojo". Recuerdo que me impresionó del libro la crueldad humana descrita así como la lucha por la supervivencia de los protagonistas de esta historia de resistencia en plena ocupación japonesa.
Ahora, en este segundo libro que leo de Mo Yan, el tema de la crueldad y barbarie humanas también está presente y sobrecogen las descripciones de situaciones donde se infringe dolor.
Me está gustando mucho el lirismo que que Mo Yan intercala en la narración de sucesos terroríficos. Encontrar belleza entre la fealdad, saber apreciarla cuando el horror lo inunda todo es algo muy difícil que Mo Yan sabe hacer. A modo de ejemplo reproduzco es estas líneas que dan inicio al capítulo nueve.
"En otoño de 1935, un día que estaba en la ribera del Río de los Dragones, cortando el cesped, Madre fue violada por un grupo de cuatro soldados armados que huía tras una derrota militar.
Cuando todo acabó, Madre miró al río y dicidió tirarse y ahogarse. Pero cuando estaba a punto de ponerse a caminar al encuentro con la muerte, vio el reflejo del hermoso cielo azul de Gaomi del Noreste sobre el agua clara. Una brisa fresca alivió la sensación de humillación que le había nacido en el pecho, así que metió las manos en el río y se echó agua en la cara para lavarse el sudor y las lágrimas , se acomodó un poco la ropa y volvió caminando hacia su casa."
Este libro es un homenaje a las mujeres de China; al trabajo, al sacrificio y al sufrimiento y al coraje de generaciones de mujeres que sólo en los últimos tiempos empieza a salir de un mundo donde lo masculino ha sido omnipotente y la mujer ha sido siempre objeto y herramienta para la construcción de un mundo centrado en el hombre, en lo masculino.
Mis hijas proceden de esa historia terrible de mujeres siempre objeto y herramienta de hombres en una sociedad absolutamente injusta y desigual. Las circunstancias (siempre tristes y quizás terribles) que han llevado a nuestras hijas hasta nosotros deben ser conocidas por los padres adoptantes. Creo que es nuestro deber. En nuestra pequeña historia familiar, las madres biológicas de nuestras hijas, quizás fueron las primeras víctimas de ese mundo de tradiciones ancestrales, prejuicios sociales y presiones familiares. La felicidad de nuestras familias aquí y ahora tiene un origen triste que, en la medida de lo posible debemos conocer, asumir y llegado el momento si así nos lo es demandado, compartir con nuestras hijas. Obviar esto además de injusto, es un error.
y no deseas que sea usada aquí,
notifícamelo y la retiraré