Amo a mis hijas como cualquier padre lo hace, pero también amo el país donde nacieron. No me cuesta ningún trabajo hacerlo. Es fácil sentirse atraído por su cultura, su historia. No requiere esfuerzo por mi parte.
Si no hubiesen nacido en China, si no tuviesen esos rasgos tan característicos, ¿me interesaría de igual manera por el país de origen? No lo sé, quizás no. De todos modos las cosas son como son.
Como amo los ojos rasgados de mis hijas, tan diferentes a los míos, amo también el país donde todos los tienen así, es natural.
Amar el país de origen de mis hijas es amarla a ellas también. Colecciono música de China, libros, películas,…, lo hago naturalmente, me dejo llevar y creo que a los ojos de mis hijas es algo bueno, quizás demasiado exagerado para ellas, quizás les muestre más interés por China del que ellas tendrán, pero percibo que ven con agrado esa “manía” de su padre por las cosas de China.
Cierto día mi hija mayor (de ocho años) acompañada de una amiga entró en salón donde yo estaba viendo un DVD de música china. Mi hija le dijo a su amiga: “es música china, a mi padre le gusta mucho” y la noté orgullosa y feliz.